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Interés social de la avicultura
Con sus 33 millones aproximados de toneladas de carne de ave y sus 31 millones de toneladas de huevos, puede decirse que la población mundial tiene actualmente unos consumos verdaderamente importantes de una cosa y otra: unos 7 kg de la primera y unas 15 unidades de los segundos, por persona y año.
Sin embargo, al lado de estos consumos mundiales medios, existen considerables diferencias entre los distintos países y así, mientras en algunos de ellos -Israel, Estados Unidos, Francia, la misma España, etc.- las cifras ‘per cápita” y año se sitúan entre los 20 y los 30 kg de carne de ave y por encima de los 250 huevos, en otros -la mayoría de los considerados “en vías de desarrollo”- tienen unos consumos mucho más bajos.
Considerado globalmente, es decir, incluyendo las otras carnes de aves y el pollo, el consumo de carne de ave ha ido creciendo a un ritmo de un 3% anual en los últimos 10 años. Y en cuanto al consumo de huevos, su crecimiento ha sido paralelo, también del orden del 3% anual.
En general, el interés de la producción avícola para cualquier país estriba en:
-Que se pueden poner a disposición del consumidor unos productos alimenticios con la mejor relación calidad/coste de cuantas producciones proteicas existen. Y, en efecto, tanto los huevos como la carne de pollo se hallan reconocidos universalmente como alimentos de primer orden para el hombre, cubriendo una parte muy importante de sus necesidades en calorías, proteína, vitaminas, minerales, etc.
-Que las inversiones a realizar para unas producciones determinadas son mucho menores que las que se precisan para el montaje de cualquier otra explotación ganadera.
-Que el montaje de una granja avícola, del tipo que fuere, es mucho más rápido también que el de cualquier otra faceta de la ganadería, considerando el tiempo transcurrido desde la puesta de la primera piedra hasta la salida de los primeros productos.
-Que generalmente no existen “tabúes” religiosos o sociales que condicionen el consumo de los productos avícolas, como sucede a veces con algunos productos ganaderos -el cerdo o el vacuno en algunos país es. No obstante, en contra de estos factores, todos ellos predisponentes a una mayor expansión de la avicultura, no se puede ocultar la existencia de otros aspectos negativos para un aumento en el consumo. Entre ellos se cuentan:
-Para el huevo, los diferentes hábitos de vida de las nuevas generaciones
-la mujer trabajando fuera de casa y el querer ensuciar menos utensilios favorecen, por ejemplo, el desayuno con cereales-, el problema del colesterol -que está contenido en él en cantidades imp ortantes y al cual se culpa, entre otros, de las enfermedades coronarias-, otras falsas creencias pseudomédicas -el creer que perjudican al hígado o que no convienen a los niños, por ejemplo-, etc.
-Para el pollo, la defectuosa información periodística que frecuentemente se ha vertido sobre él -por hacerse creer, irresponsablemente, que se alimenta con hormonas, antibióticos e incluso productos de ‘plástico” y que se cría en baterías, lo cual no es cierto-, el cansancio que tiene lugar cuando su consumo escala unas cotas ya elevadas, el aspecto negativo que tiene socialmente el ofrecerlo hoy en determinadas ocasiones -lo que va unido a lo anterior-, etc.
Y, en general, los sentimientos humanitarios de unos sectores de opinión cada vez más amplios que, comenzando por los países anglosajones, han ido extendiendo su influencia al criticar a la producción la explotación de unas gallinas en batería, el confinamiento de los pollos en naves de ambiente controlado con luz artificial, etc.